Brasil está “Quenchi”
Semanario Búsqueda de Uruguay 13 de mayo de 2010
No es ninguna sorpresa que Brasil lidere hoy las apuestas para ganar el Mundial de Sudáfrica. En general, desde hace 60 años, esa ha sido la expectativa dominante antes de cada máximo torneo de la FIFA. Pero lo que sí constituye una novedad es que también aparezca liderando las preferencias en la competencia económica global. En 2010, el país del norte mostraría la tasa de crecimiento más alta de los últimos 25 años y estaría entre las 20 naciones de mayor expansión mundial. ¿Habrá entrado Brasil en un círculo virtuoso similar al que tiene en fútbol? ¿Podrá aspirar ahora a jugar definitivamente con los países desarrollados?
Hay dos elementos fundamentales que han acercado a Brasil a jugar en las grandes ligas económicas. Primero, la legitimación del modelo capitalista por parte de Fernando Enrique Cardoso hace más de una década y de Lula y del PT desde 2003. Estos gobiernos impulsaron una mayor inserción económica en el mundo globalizado y un rol más importante del mercado en la asignación de los recursos. Segundo, también adoptaron un conjunto de medidas tendientes a asegurar la estabilidad macroeconómica, destacando la mantención de un alto superávit primario en materia fiscal, la continua desdolarización de la deuda pública y el fuerte respeto de la autonomía del Banco Central para lograr una inflación baja y estable. Y como en el fútbol, no faltó una dosis de suerte que también ayudó y que provino del clima mundial favorable vigente durante la mayor parte del gobierno de Lula.
Ahora dicha siembra está dando los mayores frutos. Brasil é quente se lee en portugués o está “quenchi” se escucha en “español”. Hay un boom económico que podría prolongarse en el futuro cercano si el entorno externo no se deteriora significativamente y Estados Unidos y Asia sostienen la reactivación global. Según JP Morgan, la economía brasileña crecería 7% este año, acumulando un promedio de 4% durante el gobierno de Lula. En paralelo, el mercado laboral bordearía el pleno empleo con una desocupación del orden de 6%, la inversión fija crecería cerca de 15% y el flujo de capitales externos estaría en torno a los US$ 100 mil millones.
Pero este cuadro macro conlleva ciertos riesgos de sobrecalentamiento que podrían desnudar vulnerabilidades. Pese a la caída de la deuda pública bruta, a 60% del PIB, y la fuerte acumulación de reservas internacionales, hasta US$ 250 mil millones, la posición fiscal y las cuentas externas se han venido deteriorando en el último tiempo. Por un lado, el superávit primario cayó desde 5% del PIB en 2008 a 2% del PIB el año pasado, mientras el tamaño del gasto público subió a 45% del PIB, casi 10 puntos porcentuales más que hace una década. El balance en la cuenta corriente, por su parte, pasó de mostrar superávit en 2003-2007 a un déficit estimado entre 3% y 4% del PIB para este bienio. Por último, aunque por factores puntuales, la inflación se ha venido acelerando y parte de su contención ha recaído en la apreciación del Real. Como resultado, ha ido emergiendo cierto consenso sobre la urgencia de disminuir el impulso fiscal para evitar la irrupción de grandes desequilibrios y limitar pérdidas de competitividad adicionales. Si bien esta semana el Ministro de Economía, Guido Mantega, dio señales en esa dirección, parece improbable que emerja algún ajuste relevante antes de la elección presidencial de octubre, por lo que el boom podría acentuarse en el corto plazo.
Con todo, si bien la estabilidad macro de los últimos años y un potencial ajuste fiscal del nuevo gobierno en 2011, junto a la definitiva legitimación del modelo económico actual, son condiciones necesarias para transitar hacia las grandes ligas del desarrollo, no son suficientes. Como en el caso de Uruguay, también a Brasil se le está agotando la etapa fácil del crecimiento. La gran pregunta es si los eventuales presidentes, José Serra (PSDB) o Dilma Rousseff (PT), acometerán aquellas reformas estructurales que eleven el potencial brasileño.
Hoy existe cierto consenso entre los economistas privados respecto a la necesidad de actuar rápido en dos frentes. Por un lado, el ajuste del gasto público no sólo se justifica para evitar grandes desequilibrios o limitar la apreciación del real, sino también para generar márgenes para rebajas impositivas. Sin una reducción de la elevada carga tributaria (35% del PIB) parece improbable que el despegue se consolide. Por otro lado, la economía mantiene un fuerte déficit en infraestructura y en energía, que un programa audaz de concesiones privadas y un esquema de mayores incentivos podrían revertir.
La campaña electoral aparece dominada hasta ahora por un mensaje de mayor intervención gubernamental en la economía, sin mayor discusión sobre dichas reformas o una agenda pro crecimiento. Pero así como las apuestas futbolísticas lo dan como favorito en el próximo mundial, los mercados se la juegan porque –superada la contienda electoral- vuelva a predominar el pragmatismo en Brasil y se consolide el incipiente círculo virtuoso en materia económica. Para que ya no sea patrimonio exclusivo del fútbol.
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