Bonanza Renovada
Semanario Búsqueda de Uruguay 8 de abril de 2010
Sir John Templeton, el famoso inversionista estadounidense, solía decir que los bull markets -un ciclo sostenido de alzas bursátiles- nacían en el período de mayor pesimismo, crecían en el escepticismo, maduraban en el optimismo y morían en la euforia. Como las acciones son el mejor termómetro de la economía, dicha secuencia es perfectamente asimilable al ciclo global.
En el semestre finalizado en marzo de 2009 vivimos el peak de depresión y pánico en los mercados, con expectativas dominadas por el riesgo de “La Segunda Gran Depresión”. Pero, con la aplicación de las lecciones de la crisis del ’29, dicha amenaza se disipó y el clima empezó a mejorar. Los brotes verdes emergieron gracias a la siembra de una gran expansión monetaria, la estabilización de los sistemas financieros y un fuerte debilitamiento global del dólar, ingredientes que fueron aplicados muy tardíamente en la década del ‘30. Como consecuencia, el gran impulso fiscal –que estuvo presente en ambas crisis- no parece haber sido el factor clave que diferenció sus desenlaces.
Durante estos últimos 12 meses el pánico fue quedando atrás y transitamos a la etapa del escepticismo, caracterizada por la batalla entre muchos pesimistas y pocos optimistas, de la que estos últimos están saliendo airosos. En efecto, la gran conclusión parece ser que -tras la gran tormenta- las megatendencias previas a 2008, siguen vigentes. No fue el fin del capitalismo, ni del mercado como principal asignador de los recursos. Continuamos en el mismo ciclo iniciado con las reformas de Deng Xiaoping en 1978 y acentuado en 1989 con la caída del muro de Berlín. En contraste con los ’30, no emergió un proteccionismo masivo, ni un rol generalizado del Estado en actividades productivas. Habrá con seguridad más supervisión bancaria, pero no necesariamente represión financiera. Tampoco fue el fin de la globalización. La drástica caída en los costos tecnológicos y la internalización de sus beneficios la hacen irreversible.
Además de la persistencia de estos factores estructurales, se mantienen también condiciones cíclicas que, si bien pueden ser una fuente de inestabilidad, han ido incubando una bonanza renovada para nuestra región. Como bien ha insistido el director del Departamento de Economía del MIT, el economista chileno Ricardo Caballero, continúan los excesos de ahorro provenientes sobre todo de Asia y de algunos países petroleros, el déficit crónico de activos financieros “seguros”, la mayor demanda por “instrumentos simples” y la mayor contribución de China al crecimiento y la estabilidad de precios globales.
Por lo tanto, no puede descartarse que se repita un ciclo como el imperante entre 2003 y 2007, caracterizado por un elevado crecimiento mundial, altos precios de materias primas y un dólar globalmente débil. Esta bonanza podría estar vigente mientras no se incuben grandes desequilibrios en materia inflacionaria y/o financiera. Y eso parece estar aún lejano por dos grandes razones.
Primero porque, así como tenía poco asidero un escenario deflacionario como el descontado el año pasado, tampoco cabe esperar un desborde inminente de la inflación (de bienes y servicios) como se sugiere últimamente. La estabilidad de precios no se vería amenazada en el futuro cercano (quizás por un par de años), debido a las amplias holguras de capacidad, el alto desempleo y el anclaje de las expectativas inflacionarias. Por lo tanto, todo indica que las tasas de interés subirían lentamente y las condiciones financieras para los países emergentes -que han vuelto a ser expansivas- lo seguirían siendo en el futuro previsible.
Segundo porque, como también sugiere Caballero, el escenario descrito mantendría latente la rotación de burbujas registrada desde fines de los ’70 (commodities y América Latina, Japón, Asia Emergente, acciones tecnológicas, y activos inmobiliarios y sus derivados, respectivamente). Salvo en el caso de las dot.com, los restantes “reventones” han comprometido inexorablemente los respectivos sistemas financieros o sus relacionados. Sin embargo, en la coyuntura actual, si bien se estima que algunos activos, por ejemplo los de países emergentes, cumplirían ciertas condiciones en la coyuntura actual para ser susceptibles de burbujas, las luces amarillas alertando su formación y sobre todo su explosión parecen aún distantes. En el pasado, dichas señales han emergido tras un período relativamente largo de pleno empleo a nivel global (con las consiguientes amenazas inflacionarias y de ajustes monetarios) y de prolongada baja volatilidad (riesgo) en los mercados financieros globales.
En definitiva, podría concluirse que la fase del escepticismo quedó definitivamente atrás, que la optimista puede consolidarse al menos por un bienio y que la etapa de euforia (y sus secuelas) no se percibe cercana. Todo ello parece válido tanto para los mercados de activos riesgosos como para el desempeño de la economía mundial.
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