Objetivos en Conflicto

Semanario Búsqueda de Uruguay 16 de diciembre de 2010

Desde el contexto internacional la economía uruguaya ha estado enfrentando mayores impulsos durante los últimos meses. Pese a las renovadas turbulencias en Europa, el crecimiento mundial se ha consolidado entre 4 y 5% durante este segundo semestre, con señales claras de reaceleración en China y EE.UU. Si bien se advierte algún enfriamiento en Argentina y Brasil, ambos países siguen expandiéndose a tasas mayores que su potencial. Por su parte, los precios de las materias primas han acentuado su tendencia alcista, lo cual no sólo se traduce en mejores ingresos por exportaciones, sino también en mayores presiones inflacionarias. No hay dudas que –con esta consolidación del escenario de bonanza global- el viento a favor para la economía uruguaya se ha intensificado.

 Como reflejo, a nivel interno, las holguras productivas han quedado prácticamente copadas, con el desempleo en mínimos históricos y la economía funcionando a plena capacidad. Ello ha sido el resultado del altísimo dinamismo mostrado por la actividad y la demanda durante este segundo semestre. Así, mientras que el PBI habría crecido en torno a 8,5% durante este año, la expansión del gasto interno se ubicó entre 10% y 15%, favorecida por la inercia del impulso fiscal y la fuerte expansividad de las condiciones financieras.

 Pero como consecuencia de las alzas internacionales de precios y el cierre de las holguras productivas, las presiones inflacionarias han ido gradualmente en aumento, con gran probabilidad un recrudecimiento en 2011. Tal cual. Si bien durante noviembre el IPC mostró una leve caída mensual, la variación interanual (7%) se mantiene por encima del rango meta del BCU (4%-6%), con los indicadores subyacentes indicando un ritmo incluso superior a 8%. Por su parte, las expectativas inflacionarias de mercado y de principales agentes económicos, siguen sugiriendo cierto desanclaje y descartan un reencauzamiento del IPC durante el próximo año. Peor aún, existe el riesgo que estas expectativas algo desbordadas se incorporen en reajustes salariales, ya potenciados por la estrechez del mercado laboral, o en mayores márgenes de las empresas, de por si estimulados por el altísimo dinamismo del gasto interno.

 Es en este contexto que algunos de los objetivos perseguidos por las autoridades acrecientan su conflicto y aparecen en entredicho. Si se mantienen los impulsos de demanda, ya sea desde resto del mundo o por efecto de las propias políticas locales, las dificultades para conciliar la estabilidad de precios con el objetivo implícito en materia cambiaria sólo irán en aumento. La defensa de ciertos “niveles” para el precio del dólar, financiados simplemente con mayor deuda y sin que estén bien fundamentados en mayor ahorro público o privado, incuba la amenaza de que la caída inexorable del tipo de cambio real termine materializándose vía una aceleración del IPC. Algo que ya hemos visto en Argentina y que empezamos a ver en Brasil.

Pero con esa “administración” cambiaria también se corre el riesgo de incentivar aún más entrada de capitales al operar como una especie de seguro implícito que refuerza la apuesta a favor del peso uruguayo. Es decir, al abrir una ventanilla compradora de dólares, en un contexto donde el tipo de cambio de equilibrio, puede estar más abajo, la intervención termina actuando como una suerte de imán a los flujos externos, sobre todo de corto plazo. Por el contrario, la flotación y su volatilidad, al inducir rápidos ajustes a los valores de equilibrio, tenderían más bien a desalentarlos.

 Todo lo anterior hace imprescindible ir corrigiendo algunas inconsistencias de política. En materia fiscal, el gobierno debería proponerse una política fuertemente contracíclica en 2011 que induzca un superávit sobre 1% del PBI y una deuda pública inferior a 50% del PBI. Y para evitar mayores estímulos de gasto y por consiguiente una mayor apreciación de la moneda, habría que desechar el objetivo de rebajar la tasa del IVA. Más que políticas de demanda se necesitan políticas de oferta, por lo que –de promover rebajas tributarias- deberían concentrarse en aquellos impuestos que castigan la inversión (IRAE), el ahorro (Patrimonio) y el trabajo (IRPF, aportes patronales).

En materia monetaria, aún reconociendo su baja (pero creciente) incidencia como instrumento de política, se hace injustificable mantener tasas reales negativas y una instancia tan expansiva. Parece necesario, entonces, que el Banco Central eleve la tasa referencial en 50 o 100 pb desde el 6,5% actual en la reunión de la próxima semana. Por último, en materia salarial, con una meta puntual de inflación de 5% y un incremento esperado de la productividad del orden de 2-3%, parece difícil validar aumentos mayores a 7-8%.

Sin un mix de políticas como éste, incluso extendido y reforzado más allá de 2011, los objetivos seguirán en conflicto y la estabilidad económica podría verse comprometida. En lo inmediato vía mayor inflación y menos competitividad. En el largo plazo, cuando el viento se ponga en contra, con menor crecimiento, aumentos del desempleo y mayores costos sociales.