La papa, los limones y la inflación

Semanario Búsqueda de Uruguay, 14 de abril de 2011

Durante el primer trimestre de este año se intensificó y explicitó el proceso de aceleración inflacionaria que venía incubándose desde mediados de 2010. El IPC mostró una variación de 3,7% en enero-marzo y acumuló un aumento de 8,2% en el último año. Los indicadores de inflación subyacente sugieren que no se trata de un fenómeno transitorio, asociado a alzas puntuales de precios, sino que tiene un carácter más estructural, vinculado a la persistencia de factores externos, potenciados por condiciones internas. ¿Enfrentamos un riesgo de desborde inflacionario? ¿Podrán atenuarlo las medidas que está manejando el gobierno?

Aunque siempre es útil “revisar rubro por rubro”, como lo ha sugerido el presidente Mujica y otras autoridades, para tomar medidas que atenúen ciertos shocks de oferta o aumenten la competencia sectorial, eso sólo suavizará algún cambio de precio relativo, como los aumentos de las papas o los limones, pero estará muy lejos de controlar las verdaderas causas del fenómeno inflacionario. La inflación es, a la larga, siempre un problema nominal (monetario o cambiario) que está determinado por una variable nominal (dinero o tipo de cambio). Así, en Uruguay, con un régimen cambiario híbrido, de flotación sucia, los determinantes últimos pasan tanto por la cotización del dólar como por los agregados monetarios, junto con la inflación que importamos desde el exterior. En el corto plazo, también influyen las expectativas de precios, los salarios y los márgenes de comercialización. Estos factores se aceleran/frenan según la capacidad ociosa que muestre la economía y la demanda interna.

Si repasamos el comportamiento reciente y esperado para este conjunto de variables, el riesgo de desborde inflacionario -con el IPC transitando hacia el entorno de 10% y entrando en una dinámica más rebelde- está a la vuelta de la esquina. Las presiones externas e internas se han intensificado. Desde el entorno internacional, las cotizaciones de los productos básicos no han dejado de subir, sobre todo el petróleo y los alimentos, con aumentos en el último semestre del orden de 50% y 35%, respectivamente. Desde la región, en igual período, hemos importado inflación en un rango entre 10% y 15%. Todo ello no ha sido completamente “acomodado” por la caída del tipo de cambio, ni por un ajuste monetario. Por un lado, la baja del dólar ha estado bastante por debajo de dichas magnitudes, y por otro, el crecimiento de casi 25% de la base monetaria ha terminado validando esos shocks e incorporándolos en mayores expectativas inflacionarias.

En el ámbito local, las presiones de precios están recrudeciendo por aceleración de los salarios y aumento en los márgenes de comercialización. Ambos fenómenos se apalancan en el crecimiento del orden de 10% de la demanda interna, en la propia inercia y volatilidad inflacionaria, y sobre todo, en el cierre de la capacidad ociosa implícita en el bajo nivel de desempleo (6%). Esta escasez de mano de obra, inserta en el marco de negociaciones que validan las variaciones pasadas del IPC y de la productividad, puede terminar consolidando reajustes de salarios más cercanas a 15% que a 10%.

Las medidas de política, hasta ahora, han sido más bien tímidas y reactivas. Si bien el Banco Central subió la tasa de política desde 6,5% a 7,5% en marzo, se trata de un ajuste inferior al aumento de las expectativas de inflación, por lo que la tasa real (de corto plazo) imperante en la economía sigue siendo negativa y estimuladora del gasto. En paralelo, aunque esta semana el Poder Ejecutivo reclamó austeridad en materia de gasto público, no ha habido señales concretas y poderosas de ajuste fiscal, como las anunciadas por Brasil, Chile y otros emergentes. Y por último, sigue sin aplacarse la recurrente especulación –sustentada en lo ocurrido en episodios anteriores- de una modificación (al alza) en la meta de inflación, lo cual desestabiliza aún más las expectativas. Si una de las anclas corre riesgo, el bote quedará a la deriva.

Tampoco puede descartarse que este ambiente más inflacionario esté exacerbado por las dudas respecto al éxito de la potencial aplicación de un enfoque más “heterodoxo” para controlar los precios. La evidencia disponible da cuenta de la ineficacia de medidas tales como manejo de tarifas públicas, ajustes transitorios de impuestos, y controles o acuerdos de precios. Y también de la inefectividad de restringir el crédito (por la vía de elevar los encajes) mientras la base monetaria siga creciendo al 25%.

En contraste, un plan antiinflacionario exitoso debería incluir un compromiso más enérgico y creíble con la estabilidad de precios, un fuerte ajuste del gasto público, una mayor restricción monetaria que incluya nuevas alzas de la tasa de política, una menor resistencia a caídas adicionales del tipo de cambio, y una señal más conservadora en materia de negociaciones salariales. De lo contrario, la inflación alta y rebelde está para quedarse, por lo menos hasta que, como en 2008, llegue la ayuda “deflacionaria” del exterior. Hoy esto aún se ve lejano.