«El país de los vivos» revisitado
Como bien recordó Búsqueda en su edición antepasada, este mes se cumplen 20 años de un artículo clásico e influyente en la academia económica uruguaya.
En noviembre de 1991, el economista Martín Rama –ex integrante del Centro de Investigaciones Económicas (CINVE) y actualmente en el Banco Mundial- publicó “El país de los vivos: un enfoque económico”. Con este trabajo, el autor concluyó -desde una perspectiva institucional- que el llamado declive uruguayo se debió mayoritariamente a la pérdida de autonomía del sistema político respecto a los principales actores sociales derivada del tipo, desarrollo y (mala) calidad de las instituciones y políticas públicas adoptadas.
Así, su interpretación quedaba anidada dentro de las teorías modernas de crecimiento.
Usando desarrollos “ochenteros” en la ciencia económica, que asoció a letras de tango, Rama planteó que, en el caso de Uruguay, hubo un claro deterioro institucional y político que podía abordarse a través de la teoría de la incoherencia intertemporal de las decisiones que racionaliza los cambios en reglas del juego (“verás que todo es mentira”); los modelos de equilibrios no cooperativos que explican la apropiación de bienes públicos sin pagar impuestos (“el que no afana es un gil”); el enfoque de búsqueda de rentas que explica los corporativismos (“el que no llora no mama”); y la teoría de los problemas de agencia implícitos en la delegación de poder ciudadana a los representantes políticos o a los funcionarios públicos, o entre éstos y sus jerarcas (“no hay aplazados o escalafón”).
Cuatro formas de “viveza criolla” que el autor graficó con los términos “ensartar”, “colarse”, “garronear” y “currar”, respectivamente. Es cierto, tal como el propio Rama lo señaló recientemente a Búsqueda, que durante los últimos 20 años Uruguay intentó desterrar o limitar esas actitudes socialmente costosas, adoptando o mejorando ciertas políticas e instituciones. En esa dirección se inscribió la reforma de la seguridad social, algunos ajustes en el funcionamiento del Estado, el respeto de los compromisos de deuda en la crisis de 2002, la mayor inserción externa y la trascendencia de ciertas políticas a los gobiernos de turno.
Sin embargo, hay poca evidencia de haber logrado progresos mayores a los alcanzados por los países emergentes encaminados al desarrollo en las próximas décadas. Quizás en algunos aspectos hemos simplemente acompañado -con cierto rezago- las tendencias globales en la materia. Y en otros, los avances han sido muy lentos o definitivamente hemos retrocedido.
“El verás que todo es mentira” o “ensartar” tiene una versión actualizada en “como te digo una cosa te digo la otra”. La incoherencia intertemporal en las decisiones aún persiste con ejemplos tales como la introducción del Impuesto a la Concentración de Tierras, los cambios en las reglas del juego para la inversión en minería, el incumplimiento de la meta de inflación o la discrecionalidad de las políticas macroeconómicas.
“El que no afana es un gil” o la tentación de “colarse” para apropiarse de bienes públicos, bajo condiciones sociales injustificadas, es una actitud (racional) que seguirá prevaleciendo mientras no disminuya el tamaño del Estado y/o primen criterios de rentabilidad social y mejor focalización para la asignación del gasto público. La teoría de los equilibrios no cooperativos también sigue vigente con Consejos de Salarios que negocian reajustes muy por encima de la productividad o muy desalineados de lo económicamente viable para muchas empresas del sector.
Si bien el “lloriqueo” o “garroneo” de algunos actores económicos ha disminuido con la mayor apertura externa, la globalización, el cambio tecnológico o la caída de algunos monopolios legales, permanecen aún muchos focos de búsqueda de rentas asociados a la fuerte injerencia estatal en la economía, la falta de neutralidad de algunas políticas, cierta discrecionalidad en la promoción de inversiones, y la expansión de los subsidios y las franquicias impositivas.
Así, “el que no llora no mama” se transformó en un ratón que ahora busca hacerle agujeros al gran queso tributario y fiscal.Los problemas de agencia o “curros” parecen estancados o agravados debido a la ausencia de una reforma integral del Estado y a la continua ausencia de “aplazaos y escalafón”.
Ejemplos claros lo constituyen las crisis imperantes en los servicios estatales de educación, salud, seguridad y de algunos municipios. No hay rendición de cuentas, ni premios y castigos que incentiven una provisión eficaz y eficiente. Agravan el problema la inamovilidad de funcionarios públicos y la poca predisposición a la competencia y a un mayor rol del sector privado en dichas actividades.
Siguiendo a ritmo de tango parece que “20 años no es nada”. Mucho sigue igual. Antes, la recuperación democrática fue vista, según Rama, como una herramienta que permitiría el retorno al Estado benefactor del pasado. Ahora el gobierno de izquierda es percibido en los mismos términos.
Pero, como el propio autor ya advirtió, “el país de los vivos” y la historia del declive podrían repetirse de no mediar un alto grado de autonomía y neutralidad del estado respecto a los corporativismos y los actores sociales.
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