¿Fin de la Bonanza?
Semanario Búsqueda de Uruguay (11 de agosto de 2011) y Diario La Tercera de Chile (13 de agosto de 2011)
Suele decirse que la historia no se repite, pero rima. Muchos han asimilado los recientes desarrollos económicos globales con lo observado en las décadas del 20 y 30 del siglo pasado. Mientras la prosperidad global registrada hasta 2007 se asemejaba a la bonanza que vino tras el fin de la Primera Guerra Mundial, la crisis de 2008 se proyectaba como la Gran Depresión del 29. Hasta se encontraban similitudes de personajes. En la Casa Blanca George Bush jugaba el rol del negligente Hebert Hoover y en la Reserva Federal (FED) Alan Greenspan el papel del poderoso (y complaciente) gobernador Benjamin Strong. A Barak Obama, por su parte, se lo ponía en escena –cual Franklin D. Roosevelt en 1933- impulsando supuestamente un segundo “New Deal”, con expectativas de una mayor expansión e intervención estatal.
Siguiendo esa rima, algunos analistas predicen casi mecánicamente que -tras las similitudes que la reciente reactivación muestra con el rebote ocurrido entre 1933 y 1936- ahora debería venir una recaída como la observada en 1937, cuando EE.UU. y el mundo volvieron a la recesión. ¿Será que los recientes acontecimientos mundiales confirman esa amenaza? ¿Estaremos ad portas de una nueva crisis?
Hay efectivamente, al menos dos buenas razones para estar preocupados. La principal amenaza pasa por la incapacidad política que muestran la mayoría de los países desarrollados para implementar ajustes fiscales creíbles, que estabilicen y/o reduzcan las deudas en el largo plazo. Para que sean eficientes, y no comprometan el crecimiento, dichos ajustes deben focalizarse en recortes de gasto, más que en alzas de impuestos distorsivos. Sólo EE.UU. podría dar un “pasito” en esa (correcta) dirección, tras la dura posición de los republicanos y las advertencias implícitas en la pérdida de la calificación AAA. Pero ni el “Club Med” de los europeos, ni Japón, parecen acompañarlo.
La segunda gran preocupación viene de la debilidad del sistema bancario mundial para enfrentar otra ronda de grandes pérdidas por caídas en los precios de los activos. Por un lado, existe el riesgo de que eventuales reestructuraciones o moratorias en Europa encuentren a sus bancos insuficientemente capitalizados y reaviven las corridas de sus depositantes y acreedores. Por otro lado, si eso ocurriera, los márgenes de intervención estatal se ven ahora muy limitados debido al insostenible endeudamiento que muestran algunos países. En este frente, EE.UU. también aparece mejor posicionado que sus pares, dada su mayor voluntad de consolidación fiscal, las bajísimas tasas de interés que enfrenta y la recapitalización más rápida que mostraron sus bancos. En contraste, los europeos siguen en un equilibrio muy frágil, con el banco central y los gobiernos limitados a comprar tiempo, sin acciones potentes, ni decisivas.
Pero así como las políticas macroeconómicas impidieron que tuviéramos la Segunda Gran Depresión, también deberían ser capaces de adormecer las amenazas mencionadas y evitar –especialmente en EEUU- una recaída recesiva como la de 1937.
En el corto plazo, el partido se juega en el terreno monetario y de las tasas de interés, como nuevamente demostró tenerlo claro la FED en la reunión de esta semana. Su presidente, Ben Bernanke, aprendió de la historia y hasta ahora nos ha salvado de repetirla. Ya en 2008 la FED rectificó sus graves errores de los 30 y el pésimo manejo japonés de las últimas décadas. Junto con estabilizar el sistema financiero en 2009 -en contraste con las quiebras de casi 10 mil bancos ocurridas tras la crisis del 29-, la FED llevó rápidamente la tasa de interés a cero y duplicó la base monetaria en un breve plazo. Eso apuntaló los precios de los activos e impulsó la devaluación del dólar, lo que evitó el revival de “La Gran Depresión”. Contrario a lo que se cree, la diferencia no la hizo el impulso fiscal.
Y ahora, en vez de empezar a retirar los estímulos prematuramente, hecho que la historia económica sugiere como causa principal de la recaída del ’37, Bernanke no sólo decidió mantenerlos, sino incluso extenderlos y/o potenciarlos en el tiempo. Acertadamente, la FED señaló que conservará la tasa referencial en cero hasta, al menos, mediados de 2013 e insinuó que está evaluando un tercer programa de expansión monetaria basado en compra de bonos (relajamiento cuantitativo), con el fin de reducir el resto de las tasas de mercado. Esto no revertirá el crecimiento anémico, pero sí evitaría una nueva recesión, siempre y cuando se apliquen a tiempo las dosis adecuadas.
¿Implica todo esto un peor escenario para Uruguay, Chile y el resto de América Latina? En parte sí y en parte no. Aún bajo el supuesto de que China siga creciendo al 9%, son evidentes los mayores riesgos de una desaceleración mundial y de una corrección en los precios de las materias primas. Sin embargo, ello podría verse parcialmente atenuado y compensado por un ciclo más extendido de debilidad global del dólar y de condiciones financieras expansivas para la región. En el neto, aunque el panorama se divise algo más desfavorable, no necesariamente representaría, al menos por ahora, el fin de la bonanza.
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