¿De qué hablaremos en 2011?
Semanario Búsqueda de Uruguay 13 de enero de 2011
Es indudable que expresiones tales como desacople, crisis europea, holguras, relajamiento cuantitativo, guerra de divisas y burbujas, que dominaron el lenguaje económico mundial de 2010, deberían seguir vigentes durante 2011. Además de analizarlos en mi columna anterior aventuré que —dado el momento del ciclo económico— otros conceptos irían ganando terreno en el debate este año. Deberíamos hablar más de BRIICs (Brasil, Rusia, India, Indonesia y China), energía, petróleo, inflación, políticas de oferta, crecimiento potencial, consolidación y solvencia fiscal, ajustes monetarios y tasas de interés. Veamos por qué y sus implicancias.
Que la expansión mundial se mantenga este año por encima de su promedio histórico se deberá, nuevamente, al buen desempeño de los países emergentes agrupados bajo la sigla BRIICs. Éstos representan el 25% del PIB global y explican casi la mitad del crecimiento que viene mostrando el mundo. Algunos desequilibrios se han ido incubando en dichos países, pero en China —el más relevante— parecen manejables, por lo que no comprometerían la bonanza prevista. Ello debería prolongar el escenario de altos precios de materias primas y acrecentar el riesgo de los ajustes pendientes en la energía. Es evidente que el petróleo y sus derivados se quedaron rezagados en el boom reciente. Si muchos commodities retomaron los máximos históricos de 2008, no puede descartarse que volvamos a ver el crudo entre U$S 100 y U$S 150.
Como consecuencia, mientras que la amenaza deflacionaria debería ir desapareciendo en los países desarrollados, la inflación dominará la escena en los emergentes. Con sus economías funcionando a máxima capacidad, casi en pleno empleo, las presiones de precios recrudecerían debido a los aumentos salariales y de márgenes. El escenario inflacionario se vería potenciado por las elevadas cotizaciones de los precios de los alimentos y la creciente resistencia a tolerar una mayor apreciación nominal de las monedas.
Con holguras copadas en los países emergentes, el acento debería pasar desde políticas de demanda a políticas de oferta que eleven el crecimiento potencial. Entre 2008 y 2010, en el contexto de alta capacidad ociosa y bajo riesgo inflacionario, hubo amplios espacios para crecer manteniendo condiciones monetarias y fiscales muy expansivas. Pero la etapa fácil del ciclo parece haber terminado. Si se mantiene el pie en el acelerador, existe el riesgo de sobrecalentar los motores o “salirse de la pista” si un animal se atraviesa en el camino. Si las políticas siguen siendo muy estimulativas, se refuerza la amenaza de incubar desequilibrios inflacionarios, financieros o en cuentas externas. Para atenuarlos, se requiere —además de hacer ajustes monetarios y fiscales— impulsar reformas económicas que aborden las restricciones de oferta. Entre otras destacan las reformas para reducir los costos del Estado, recortar la carga tributaria a los factores productivos, estimular la participación laboral, profundizar las concesiones en infraestructura y transporte, reducir los cuellos de botella en la provisión de energía y mejorar la cobertura y calidad de la educación.
Los conceptos de consolidación, solvencia y ajuste fiscal estarán presentes en todos los países, aunque con grados e implicancias diferentes. Para los países desarrollados, consolidación fiscal significa ir retirando los estímulos y comprometiendo un programa creíble de reducción de la deuda en el mediano plazo, para despejar definitivamente los riesgos de insolvencia y el impacto negativo sobre el crecimiento derivado de los mayores costos de financiamiento de los estados. Para algunos países periféricos de Europa, esto puede implicar una reestructuración de pasivos como la realizada por Uruguay en 2003. En el caso de los emergentes, la consolidación y el ajuste fiscal no se requieren por problemas de deuda, sino que para evitar la amenaza de sobrecalentamiento y de mayor apreciación real de sus monedas.
Por último, este año también hablaremos más de ajustes monetarios y aumentos de tasas de interés. Hacia el segundo semestre dicho debate debería comenzar en los países desarrollados, pero en forma muy tímida ya que el riesgo inflacionario aún se estima bajo, debido a la prolongación del alto desempleo. Sin embargo, la normalización monetaria debería intensificarse en los emergentes, con las tasas de interés aumentando en términos reales y las condiciones financieras transitando hacia niveles neutrales o restrictivos. Cuanto más benevolentes sean los bancos centrales en este aspecto, mayor es la probabilidad de que se incuben burbujas u otros desequilibrios.
En fin, a juzgar por las expresiones que podrían dominar el lenguaje económico mundial este año, estaremos dejando atrás la etapa de escepticismo sobre la reactivación y pasando a una fase de mayor optimismo. La bonanza se habrá consolidado, pero con ella también los riesgos y desafíos de un ciclo algo más maduro. En ellos debemos centrar la atención. Y lo más importante: las acciones de política.
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